Mi voluntariado empezó las dos primeras semanas de julio con los campamentos urbanos de invierno. Durante mi labor como monitora en los campamentos, fue cuando más me acostumbré a vivir allí: trabajé codo con codo con la gente del proyecto; aprendí a moverme sola por el Plan 3000; y los niños y las niñas de los campamentos me recordaron lo que era jugar, compartir, reír y disfrutar.
Tras estas dos semanas, completé mi voluntariado dando clases de apoyo escolar en la biblioteca de una escuela durante un mes y medio. Aquí fue cuando yo ya empecé a decir que no me quería ir, cuando de verdad sentí que había encontrado mi sitio. El colegio al que iba como voluntaria se llama Luis Barrancos, y os puedo asegurar que los mejores días de mi año los viví allí. Compartía mis horas de voluntariado con las dos bibliotecarias del colegio y con todos aquellos niños que, siempre fieles a sus tareas, venían a que les echara una mano.
El Plan 3000 me ha cambiado la forma de ver todo lo que me rodea en mi día a día, me ha hecho sentirme afortunada y agradecida de lo que tengo, me ha hecho sentirme útil y, sobre todo, me ha hecho muy feliz. Un trocito de Alicia sigue por ahí, agarrando micros, comiendo masitas y salteñas, y respondiendo al nombre de “profe” o “crespita”.